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La unidad simbólica

El estudio aislado de la naturaleza y la función de un arquetipo no es justo en el sentido de que los símbolos arquetípicos forman tal red de interpenetraciones que es difícil aislar solo uno; su estudio es más ventajoso a través de una presentación general en lugar de mediante el examen de uno solo. La psicología misma es considerada como una mitología, un sistema que puede proporcionar a quienes creen en él un medio para contrarrestar la escisión con los orígenes psíquicos.

Se describe la función terapéutica de los arquetipos como una confrontación progresiva del paciente con el sí mismo, y esto, a través de la comprensión y la desmitificación del fantasma. La diferenciación —una observación objetiva de los procesos conscientes e inconscientes— conduce, de manera ideal, hacia la síntesis de ambos y hacia un desplazamiento, en el centro de la personalidad, del yo hacia el sí mismo.

La voluntad consciente no puede alcanzar tal unidad simbólica, pues la conciencia es, en este caso, parte. El opositor es lo inconsciente colectivo, que no entiende ningún lenguaje dé la conciencia. Por lo tanto, se tiene necesidad de símbolos “mágicamente” efectivos, que contengan aquellos analogismos primitivos que hablan a lo inconsciente. Sólo mediante el símbolo puede lo inconsciente ser alcanzado y expresado, por cuyo motivo jamás podrá la individuación abstenerse de símbolos. El símbolo es por un lado la expresión primitiva de lo inconsciente y, por el otro, una idea que corresponde al más alto presentimiento que le sea dado a la conciencia.

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